viernes, 9 de noviembre de 2012

El pequeño cumple 41 años

Siempre es el pequeño, aunque haya crecido, aunque siga cumpliendo años el 11 de noviembre, él siempre será el pequeño. Martín, Martinico, Marino, Tinico, ha tenido tantos nombres y diminutivos... y al final, su nombre principal, con el que le conocemos en la familia, es el que ha prevalecido sobre el resto para su pequeño recién nacido. Este domingo cumplirá años de nuevo junto a su familia, la de siempre, y la que él mismo ha formado.

De pequeño era un niño muy mono, lo confundían con una chica, siempre había que aclarar a las alcahuetas y chismosas, que NO, que no era una niña, que era un niño. Y fue creciendo, como es natural. Y al menos, ya podíamos interactuar como hermanos, jugar en definitiva. También reñíamos, como todos los hermanos han hecho alguna vez. Pero los juegos eran memorables.

El mayor, José Antonio, organizaba las Olimpiadas en nuestro dormitorio. Las baldosas delimitaban el campo de fútbol de las chapas, y a veces, también de los "clicks" de famobil (hoy playmobil). Participábamos en varios torneos: hockey, fútbol, baloncesto, atletismo. Al principio las porterías de fútbol fueron rudimentarias. Luego se fueron perfeccionando gracias a los Lego cuyas piezas permitían construir porterías cada vez más perfectas. Cuando el partidillo era entre los clicks las porterías eran las propias camas del Hospital que un año me trajeron los Reyes Magos.

Hablando de los Reyes, recuerdo el año que descubrimos juntos Martín y yo que los Reyes no eran aquellos seres mágicos que nos pintaban. Un año descubrimos debajo de la cama de nuestros padres un juego de boxeadores que nos hizo pasar agradables tardes de invierno. Fue un juguete genial, nos pegábamos tortazos con los muñecos hasta que uno caía K.O. hacia atrás.
Y cuando llegaba la Navidad, a montar el Scalextric (el pobre acabó en el pueblo, y un bueno año, el abuelo Marino lo tiró a la basura). Ahora sería una joya de coleccionistas, y muy vintage, con lo que se lleva eso ahora. Las carreras eran eternas, cada uno tenía su coche (igual que ahora cuando juego con mis niñas en el nuestro).

El mayor nos enseñó a jugar al ajedrez, y parece que caló hondo en Martín, que no lo ha dejado desde entonces, y al cual dedica horas y horas, es su otro amor. Cuando presentó su libro ahí estábamos para apoyarle en El Corte Inglés, fue un día para estar orgullosos de él.

El pequeño fue creciendo, y pasó la adolescencia como yo, luchando contra el acné dichoso. Nuestras caras parecían campos de batallas. Tuvimos que vencerlo gracias al Roacután. Y él ya sabe lo que es vencer enfermedades mayores.
Ahora ya de Papitwo, como él dice, ha repetido la paternidad y parece que le sienta muy bien. Enhorabuena hermanito. Y que cumplas muchos más...

lunes, 16 de julio de 2012

Una hazaña para recordar

Es viernes 13 de julio, viernes trece, no significa nada para nosotros. Partimos desde casa rumbo a Yésero, cerquita de Gavín, en el entorno de Biescas, provincia de Huesca, Aragón. 
Ya hemos estado en los apartamentos Casasús, y es una sorpresa para nosotros que sean tan acogedores. La señora, muy amable y simpática nos ofrece información y las llaves. Una vez más comprobamos que la cobertura con Vodafone es nula. Salvo un pequeño reducto de 20 centímetros cuadrados que hay en el parquecito del pueblo. Sólo allí aparecen las rayas del móvil como única salvación de conexión con el mundo exterior.
Este fin de semana, nos hemos propuesto volver a Ordesa, donde ya estuvimos hace tres años. Irene estaba recién llegada y el primer verano que disfrutaba con nosotros, la embarcamos en una dura caminata de 3 horas, que nos llevó hasta el comienzo de las Gradas de Soaso. Allí comimos y en cuanto vimos que las nubes hacían su aparición, corrimos sendero abajo a toda prisa, sin poder evitar mojarnos hasta los huesos. Se nos habían olvidado los chubasqueros.
Este año vamos bien preparados, cada uno con su chubasquero en la mochila, cantimplora, comida y crema solar. Irene y Ana están convencidas y sus comentarios así lo sugieren, que no vamos a llegar más allá de donde habíamos comido hacía tres años. Así, que la perspectiva es disfrutar del camino, parar en todas las cascadas, hacer fotos, y subir hasta donde podamos.
Es sábado, son las 7:43h. de la mañana y me despierto con la luz que entra por la ventana del salón. Violeta me comenta al acercarme que una mosca le ha despertado. Más bien creo que ha sido la luz del sol que ha penetrado con fuerza a través de los cristales (y que la contraventana estaba abierta).
Un buen desayuno de batido de chocolate con torto de Peñaflor. Las niñas se hacen las remolonas, y les cuesta levantarse.
Salimos a las 9:05h. de Yésero rumbo a Torla, donde nos espera el autobús. A las 9:45h. parte el autobús rumbo a la pradera. La subida, con un experto conductor, se hace amena y enseguida llegamos a nuestro punto de partida.
A las 10:10h. partimos rumbo a un final desconocido, hasta donde nuestras fuerzas nos lleven, hasta donde aguanten nuestros cuerpos. Las primeras cuestas hacen pronto su aparición, y poco a poco Irene va quedándose rezagada. Es el momento de tirar de ella. Protesta siempre al principio de cada excursión, hasta que entra en calor, o más bien, hasta que por fín se mete algo al cuerpo.

En la primera cascada paramos a tomar una fotografía y a comer un poco de frutos secos (avellanas). Un traguito de agua y continuamos. 

Estamos deseando entrar en nuestra zona favorita, el bosque de hayas. Un paraíso de sombras, hojas verdes, magníficos troncos. Y nos encontramos con nuestra vieja amiga, la casita de madera que nos refugió de la tormenta hacía tres años. Irene sigue protestando y diciendo que no quiere llegar a la Cola de Caballo. En mi interior, pienso que me gustaría tanto llegar, pero también pienso que hasta donde lleguemos. 
Hacemos otra parada, tras la Cascada del Estrecho, y Ana dice la gran frase: "Chicas! nos atrevemos a llegar hasta la Cola de Caballo?". 

Todos ilusionados y contentos, afrontamos lo que nos queda de caminata. Estamos a mitad de camino más o menos. Cuando llegamos a las Gradas de Soaso, comprobamos que estamos mejor que hace 3 años físicamente, y que podemos afrontar la recta final. A la altura de las Gradas de Soaso, contemplamos lo que hacía tres años no pudimos llegar a ver, esas escaleras naturales provocadas por el río, preciosa ingeniería de la naturaleza.

El siguiente paso son unas escaleras de piedra que nos llevarán al Circo de Soaso. Son duras, y ya estamos pensando en lo durísimas que serán a la vuelta de bajada. Cuando subimos por fin arriba, un cartel nos espera para anunciar que no nos desviemos del camino empedrado. Es un camino nuevo para mí, no lo había visto la última vez que hice Ordesa hasta el final.



Avanzamos poco a poco por terreno llano, se hace cómoda la llegada, pero para nuestro asombro, aún no divisamos la Cola de Caballo. Se resiste su presencia, y no es hasta el final, cuando aparece antes nosotros, majestuosa, imponente, bella y arrebatadora. Son las 13:30h. Fotografiamos la faja que da fama a Ordesa, y la Cola de Caballo. 


Junto a ella, comemos y descansamos. Nuestros pies se merecen un remojo, para refrescarlos y bajar la hinchazón del calor. 

Una hora de descanso, y a las 14:30h. partimos de regreso a la pradera donde nos espera el autobús hasta Torla. De regreso, tomamos las últimas fotografías del maravilloso paisaje que es Ordesa, y de paso, aprovecho para cambiar el agua al canario, hecho éste que es capturado por una afamada fotógrafa, jaja.



De bajada, las escaleras de las Gradas de Soaso se hacen muy duras, y las rodillas empiezan a resentirse. Empiezo a notar algo en los dedos del pie derecho. Una uña sin cortar comienza a pinchar sobre uno de los dedos. Me duele un poco, pero sigo adelante. La bajada va a ser larga. Consigo pisar de una forma que se dañe lo menos posible el dedo del pie, y alcanzamos el bosque de hayas. El regreso se está haciendo más corto, y los minutos pasan rápidos. El tramo final se hace eterno, casi todo llano, pero da la sensación de que nunca vamos a llegar a la pradera para tomar el autobús de regreso. Te da la sensación de que eres de los pocos elegidos que has podido completar el recorrido completo, pero en el fondo sabes que cientos de miles de personas antes que tú, también hicieron el esfuerzo de conquistar Ordesa con sus propios pasos. De vuelta te van adelantando los aguerridos montañeros que bajan de Góriz tras una noche fría pero llena de sensaciones. También hay que decir, que te encuentras a cada paseante que es para tomar nota: mujeres con chanclas, zapatos e incluso pequeños tacones, y aunque temes por sus tobillos, a ellos no les importa lucir sus pies ilesos de la caminata. Nos queda algún detalle digno de señalar, como aquél árbol de raíces infinitas, que a Violeta le ha encantado a la ida, y que me recuerda a la vuelta para hacerle una fotografía (qué memoria tiene esta niña!!). 
A las 17:10h. llegamos a la fila del autobús, somos los primeros de nuestro grupo. Nos sentamos y disfrutamos de la vuelta. Una pequeña cabezadita y descanso. Nos hemos ganado una cerveza en Torla y unos helados "plátano" para las niñas. Les agradezco a las tres el esfuerzo, y les comunico que son unas campeonas, unas valientes. Hemos acabado muy cansados. Ya estamos pensando en volver dentro de tres años...

viernes, 22 de junio de 2012

Dibujos y más dibujos

Desde que eran muy pequeñas, Violeta e Irene han dibujado mucho, han garabateado, y procuramos guardar todos aquellos dibujos que nos parecen interesantes.
Últimamente, Violeta está que se sale, sin despreciar el magnífico talento que tiene la pequeña Irene. Pero Violeta ya lleva varios premios, y se merece mención aparte. El último, ganadora del III Concurso José Pellicer, organizado por ACACHI. Y el anterior, 2º Premio del Colegio, 75 eurazos para material escolar, que como está la cosa, nos vinieron muy bien.

Violeta tiene expresividad, ingenio, facilidad para el dibujo. Sus dibujos son creaciones únicas, tiene facilidad para inventar, para crear desde su mente, historias imposibles, sin copiar, sin mirar al modelo.
Irene se está destacando, sobre todo en el Concurso mencionado de ACACHI, su dragón encantó a todo el mundo, pero como competía en la misma categoría que su hermana, y solo había un premio, el Jurado tuvo que optar por una de las dos, porque además, eran sus dos dibujos preferidos.

Violeta e Irene asisten a sus clases de pintura, encantadas de poder poner en práctica con sus óleos sobre el lienzo, las más increíbles creaciones. Como ésta de Violeta, una habitación con muy buena definición.

En fin, que se nos cae la baba con estas niñas, y estamos ya deseando que sigan creando su nuevos dibujos para guardarlos y en algún caso, enmarcarlos.
Enhorabuena pequeñas por ese talento.

martes, 22 de mayo de 2012

Camino de Carcastillo

De pequeño, íbamos al pueblo a pasar unos días con los abuelos, a Carcastillo, en Navarra. Situado a 20 km. de Sádaba, por la carretera de Alagón, Remolinos, Tauste y Ejea. Los viajes en autobús eran toda una aventura. Se nos hacían eternos, me daba la sensación de que Carcastillo estaba a cientos de kilómetros desde Zaragoza.

Salíamos desde la calle Asalto, en un autobús cuyo conductor también residía en Carcastillo, era toda una institución, nos conocía a todos de los viajes anteriores. Cuando viajaba con mi abuela Vitoria, recuerdo que ella siempre llevaba para el camino un frasco de cristal, reutilizado de alguna conserva de legumbres, lleno de agua para saciar la sed. Y que rellenaba a medio camino, cuando hacíamos una parada en Sancho Abarca, junto al arroyo, cuya agua sabía deliciosamente fresca.

Cuando llegábamos a la Avenida de Navarra, signficaba que ya estábamos rumbo a Carcastillo, la carretera de Logroño nos dejaba ver polígonos interminables, llenos de almacenes, llenos de industrias que reconocíamos de tanto viajar al pueblo.

De pequeño, recuerdo un suceso que nos pasó entre Alagón y Tauste, por esa carretera que tiene a la derecha una pequeña sierra, ahora habitada por buitres. El autobús se paró de repente, a lo lejos, una humareda negra nos dejaba ver un camión en llamas. Estuvimos parados muchísimo rato, me parecieron horas, hasta que llegaron los bomberos, apagaron el incendio, y retiraron el camión siniestrado.

El viaje en autobús te servía también para ir conociendo pequeños pueblos de repoblación, de fundación franquista, todos iguales, con el mismo tipo de casas, homogéneas.
Pasado Sádaba, llegaban las cuestas hasta Carcastillo, y por fin, llegábamos al cruce con la carretera de Sangüesa.

Cuántos viajes hicimos con los abuelos, y cuántos hice más tarde, yo sólo, para acudir a las fiestas del pueblo, a divertirme, a experimentar con los primeros cigarros, a enamorarme por primera vez, a correr delante de las vacas en los encierros. En el pueblo, aprendí a montar en bicicleta, un poco tarde, con los vecinos, que dejaron que me estampase contra aquel seat 600 aparcado un poco más allá de su casa. Pero esa es otra historia...

miércoles, 16 de mayo de 2012

Día en la nieve

A principios del mes de mayo nos fuimos a pasar un día en la nieve. Fue durante el puente del 1º de Mayo, y por la carretera apenas nos encontramos tráfico rodado. En un momento te plantas en Jaca. Era la primera vez que íbamos desde que habían inaugurado el tramo de la autovía que une Sabiñánigo con la capital jacetana. El tramo se hace muy rápido, aunque tampoco es que se gane mucho tiempo, pero se gana en seguridad, que eso siempre hay que valorarlo.

Al llegar a Jaca nos esperaban nuestros amigos Mario y Rosa con sus hijos Alicia y Mario. Nos pusimos la ropa adecuada para la nieve, y nos encaminamos hacia Candanchú. Al llegar, todo era blanco, poca gente, y la nieve muy blanda. Se empieza ya a derretir con estas calores de mayo.

Para Irene era su primera vez, el encuentro con la nieve fue como un mero trámite, no se sorprendió para nada de su textura, de su frialdad, simplemente se sentó y se puso a jugar con Mario. Su primera intención era construir un muñeco de nieve, pero resultó más cercana la idea al personaje televisivo Alf (aquel extraterrestre de nariz prominente).

Violeta y Alicia se afanaron en subir ladera arriba para dejarse caer con el trineo, aunque sin mucho éxito, ya que la nieve blanda iba frenando cada metro de bajada.
Sorprendidos por la gran puntería de Ana, fuimos atacados con diferentes "bolazos" de nieve, la respuesta fue inmediata.

Fue un rato agradable que fue acabando en cuanto empezó a nevar, y se acercaba la hora de comer. No fue mucha la sorpresa al comprobar que Irene se había calado hasta la ropa interior, haciendo sus "angelitos" había ido metiendo la nieve a través de las botas y mojándose de cintura para abajo.
Un día agradable que terminó después de comer en la Ciudadela, viendo los ciervos que caminan tranquilos de un lado para otro.

viernes, 2 de marzo de 2012

Casi 100 años del abuelo Marino

De mi abuelo Marino se podría hablar muchísimo, hacer un resumen sería harto imposible, como con cada persona que ha pasado por tu vida. Mañana mi abuelo cumpliría 99 años si viviese. En esta primera foto está con mi hermano mayor José Antonio.

De pequeño tengo muchos recuerdos, muchos de ellos en casa de mis abuelos en la calle San Rafael, del barrio de Delicias de Zaragoza. Allí pasábamos los domingos a comer migas, que comíamos alrededor del hornillo y la paellera, cuchara en mano, entre madeja y madeja.
Hace poco encontré una foto que yo nunca había visto, a mis dos abuelos maternos junto a sus nietos en 1970. Por entonces, eramos dos chicos y una chica. Yo soy el que está sobre las piernas de mi abuela Vitoria. Delante de mi abuelo está mi hermano mayor. Y al fondo, mi hermana Mariví con su muñeca.

En 1976 le operaron de la garganta y perdió su voz, yo ni recuerdo cómo era antes de la operación, tenía tan sólo 7 añitos. Esas semanas de hospital, las pasamos mi hermano y yo en el comedor de Salesianos, para que mi madre pudiese atenderle en la Casa Grande.

Desde muy pequeño, siempre fue mi hemano el mayor su preferido, quizá por ser el primogénito, o porque iba para médico, el caso es que mi abuelo tenía su genio. Imponía su presencia, a mí me parecía un abuelo enorme, gigante, de pies grandes, muy alto. Luego con el paso de los años, nos fuimos acercando.
Alguna vez, recuerdo que nos acompañaba al colegio cogidos de la mano. Incluso, una vez, de muy niño, me llevó a la Romareda, era la primera vez que asistía a semejante evento. Nunca había visto un campo de hierba tan enorme, más si cabe comparado con el de Salesianos, un patatal en el que más de una vez me dejé la piel, literalmente.

Las reuniones familiares fueron sucediendose, cumpleaños, Navidades, etc... En esas ocasiones en las que íbamos a su casa a celebrarlas, mi abuelo era toda una institución, se sentaba al fondo de la mesa, leía su periódico o veía la televisión. Siempre esperando a que le sirviesen la comida. Aunque esto cambió cuando se quedó viudo de mi abuela, que se las tuvo que apañar para vivir solo en casa, haciéndose sus tortillas francesas y pelando sus inolvidables manzanas. Siempre comía manzanas, y siempre me fijaba en cómo las pelaba, de él aprendí a aprovechar bien la fruta, recuerdo que una vez me dijo que le quitaba mucha comida a la fruta. Me enseñó, y desde entonces, mis peladuras son finísimas. En las mesas familiares, siempre presidiendo.

De la guerra hablaba poco, que si estuvo con Mola, que si la batalla del Ebro, no le gustaba recordar esa amarga época de su vida. Tampoco nos contaba nada de su vida antes de la guerra, o durante el noviazgo con mi abuela. Sólo sabíamos que iban al baile de Carcastillo, a uno de tantos que había, y que allí debieron congeniar.
Recuerdo muy bien esa boina negra que siempre llevaba en la cabeza aquellos días de cierzo y frío de esta ventosa ciudad. Alguna vez también me calcé esa boina.
No llegó a ver cómo me casaba, o cómo he adoptado a mis niñas, ni las conoció, pero me hubiera gustado que las hubiera conocido.
Aunque a veces pareciese un cascarrabias, con el paso del tiempo, ya no lo parece tanto, y sigo echándolo de menos. Mañana te recordaré, con tu purito en la boca, con tu aparato hablando como un robot, incluso te recordaré siempre solitario cuando te quedaste viudo, felicidades yayo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Mamá cumple 100 años

Uy! No tantos. Hoy mi madre cumple 69 años, y lo hemos celebrado, como los últimos años, en el pueblo (Carcastillo, Navarra). Las reuniones familiares son todo un evento, últimamente repetitivas, pero siempre con alguna sorpresa, como hoy. Hoy la buena noticia nos la ha dado Sara, la prima de Violeta e Irene, hija de mi hermano el pequeño Martín.

El caso es que mi madre ha cumplido sus 69 añazos en compañía una vez más de sus tres hijos, de los cuales se siente tan orgullosa, cuántas veces nos lo ha dicho a lo largo de su vida. Y es que el amor de una madre por sus hijos no se puede explicar, sólo ellas, las madres lo conocen. Y el orgullo que siente por sus nietas, no hay palabras para ello.

Siempre nos cuenta sus partos, sus dificultades a la hora de sacarnos adelante, su empeño en que estudiásemos, sus ganas de vernos felices. Y cuánto se lo agradecemos, aunque ella no se dé cuenta, estamos muy felices porque ambos padres pudiesen hacer realidad algunos de sus sueños, como el que sus tres hijos fuesen a la Universidad. El cariño de una madre por sus hijos, sólo es a veces comparable, por el que sienten sus hijos por ella. Y a pesar de las dificultades, a pesar de los obstáculos que la vida te pone, al final, ellas siempre están ahí, escondidas tras el cansancio de sacar adelante un hogar con tres chicos masculinos.

Ella sabe que nosotros la queremos, que le reconocemos sus méritos, pero quizá le guste oír de vez en cuando cuánto le debemos, ellas son así, de una generación anterior, pero con un alma luchadora.

Junto a mi padre, eterno compañero de sudores y fatigas, de alegrías y tristezas, sigue al pie del cañón, afrontando la vida con su diabetes, con sus piernas cansadas, y con sus cigarritos, los compañeros que nunca la abandonan.

Estas palabras son solo un homenaje a una mujer, a la hija que fue, esposa que lo es, pero al final, madre de sus tres niños, como a veces aún nos mira, con sus gafas (que sólo se pone para posar en las fotos).
Felicidades mamá. Te queremos.


viernes, 24 de febrero de 2012

Mil rostros me definen

Es un poco exagerado decir que tengo mil rostros, pero no es menos cierto que mi rostro ha pasado por diferentes etapas, diferentes edades, diferentes "looks" y diferentes miradas.
Si uno se observa detenidamente, difícilmente ve lo que el resto de personas ve en tí. Uno se mira al espejo y ve sus ojos, puede penetrar en ellos, incluso puede llegar a vislumbrar sus propios pensamientos, pero lo que ven el resto de personas, sólo ellas lo saben.

De niño, tenía cara dulce, pelo liso, muy liso, me peinaban con la raya a un lado. Aunque de muy muy pequeño tenía el pelo rubito y con rizos como el niño de la película en el que decía "caca-culo-pedo-pis".
Conforme fui creciendo, el pelo se me iba ondulando, eso ya no me gustaba tanto. Pero pelo, tenía mucho, no como ahora, que va escaseando cada vez más (herencias que uno tiene).

La peor etapa de mi rostro fue en la adolescencia, como nos ha ocurrido a la mayoría. Los granos y el acné hicieron su aparición con fuerza, dejándome a veces, mapeado por completo.


Sin ganas de que los demás te mirasen, explotando granos a diestro y siniestro. Y no sólo en el rostro, la espalda también fue atacada por el acné. Hasta que dimos con el remedio, Roacután se llamaban las pastillitas, carísimas pero totalmente efectivas. Muy agresivas, porque en la primera fase te sacaban todo el acné hacia afuera, y luego escondiéndolo para siempre. Al final del proceso, a pesar de que las cicatrices quedaron durante muchos años, el éxito del tratamiento me dio mucha mayor confianza a la hora de afrontar nuevas relaciones con el sexo opuesto.

Otro momento diferente fue cuando me dejé el pelo largo, a lo heavy, me empezaron a salir rizos por todas partes, y cuando el pelo estaba mojado, me encantaba agitar la cabeza a derecha e izquierda, salpicando todo lo que se pusiera a mi paso.

En esa época ya me hubiera gustado llevar pendiente, pero me contuve.
La etapa de rapado, durante la mili, fue desconsoladora. No te podías dejar crecer el pelo, porque si lo hacías, te arrestaban el fin de semana sin volver a tu casa. Así que rapadito y a mandar.

La gorra que llevábamos a todas horas, también ayudó a la falta de oxigenación del cuero cabelludo, y me llevó irremediablemente a la incipiente calvicie que aún me acosa.




En cuanto terminé la mili, dejé que mi pelo creciese para mi felicidad, aunque no me gustaba demasiado, por la manía que tenía de ondularse en cuanto crecía. No había quién lo peinase. Recuerdo que incluso hubo una época que me hice raya en medio, como mi amigo Jesús Plou, aunque a él le quedaba mucho mejor, rubio como él era, y cuánto lo cuidaba, creo que aún lo hace, jeje.

Finalmente, la etapa ya de adulto, perdiendo cada año miles y miles de pelos, unos se fueron por la bañera, otros se quedaron en el peine, e irremediablemente, los más, fueron cortados en las peluquerías.
Sin embargo, después de hacer todo este recorrido por mis innumerables rostros, sigo convencido, de que en mi interior, sigo siendo el mismo de siempre, ese chico tímido, bello por dentro (porque yo me veo así, jaajja), de mirada profunda.

Pasan los años, pasas alegrías, penas, alegrías otra vez, y sin embargo, el poso que uno cultiva en la niñez, queda para siempre en la edad adulta. Estoy convencido que mi forma de ser no ha cambiado demasiado desde mi infancia. Que soy el que soy gracias a cómo fui. Cambiar podemos cambiar mucho a lo largo de la vida, pero debajo de todas esas capas de epidermis (que vamos perdiendo con los años), sigue estando el Javier de siempre, los que me conocen bien, saben cómo soy y quién soy.

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